22.10.16

Mosul

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284 personas asesinadas por el Estado Islámico tras usarlas como escudos humanos en la batalla de Mosul, esta semana. Y la ubicua islamofobia que invade buena parte del planeta hace que la prensa mundial subraye que los asesinos son musulmanes pero no subraye que las víctimas también lo son, en su mayoría. Si el crimen masivo hubiera sido cometido por el ejército americano o el ejército alemán o el ejército israelí, esta noticia no estaría en los recuadritos de abajo de las páginas web ni en la décima página de los diarios, sino en todas las primeras planas. Es el problema cuando lo que importa en un crimen no es quién fue la víctima sino quién fue el victimario: los sentimientos se falsifican, se falsifica la indignación, o, peor aun, ni siquiera se falsifican, porque ni siquiera fingidos aparecen.

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14.10.16

Borges realista y mecánica cuántica

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La "Many Worlds Interpretation of Quantum Mechanics" (Dewitt), en su versión más esquemática, dice que en cada ocasión (cada "evento cuántico") en que se le presenta una disyuntiva a un cuerpo en el espacio, el cuerpo elige los dos caminos de la disyuntiva, y que, de ese modo, el evento cuántico implica una bifurcación y da lugar a dos universos desgarrados uno del otro. Antes de que los físicos cuánticos lo dijeran desde la matemática, lo explicó Jorge Luis Borges en "El jardín de senderos que se bifurcan", y su maqueta fue el laberinto-novela del antepasado chino del protagonista. Cuando Borges lo escribió, era un cuento fantástico: el mundo no andaba por ahí ramificándose en universos alternos, excepto en la ficción del más grande de los filósofos literarios de las Américas. Pero ya son varios años desde que la "Many Worlds Interpretation of Quantum Mechanics" asume que eso es lo que pasa en realidad. Mi pregunta: ¿es, ahora, "El jardín de senderos que se bifurcan", un cuento realista? ¿O por lo menos ha dejado de ser un cuento fantástico? ¿O qué? ¿O cómo?

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Dylan y Roth

En estos días en que pocas cosas me hacen feliz, me hace muy feliz el Premio Nobel de Literatura a un artista fundamental del siglo XX, influyente en la poesía, en la narrativa, en la música, en el acaso inevitable y cíclico retorno de la canción popular a su rol de comentario social: ese hablador benjaminiano, poeta-cuentacuentos que le enseña a la gente de un pueblo o de una nación las cosas que la unen y los traumas que la ponen en riesgo de colapso. Así que me gusta el Nobel de Bob Dylan.

Pero debo decir que, si la Academia Sueca tenía las miras puestas en un escritor norteamericano, judío, residente en Nueva York, nacido entre los años inmediatamente anteriores a la segunda guerra mundial y los años en que Estados Unidos entró a esa guerra; si los suecos querían un artista prolifico de esa misma generación, que hubiera dejado la huella más fuerte y la influencia literaria más profunda y las obras más contundentes, entonces ese no era Dylan sino Philip Roth.

Y claro, ahora los fans de Dylan están felices: cómo no celebrar al profeta del infierno paradisiaco, al adivino de la paz, al denunciante de todas las guerras injustas; quién no se alegra por el irónico, el sarcástico, el reflexivo, el mordaz Dylan, autor de muchas de las canciones más memorables del siglo (y de un libro de poesía más bien mediocre y de un libro autobiográfico que no está nada mal).

Pero es triste tanta alegría junto a tanta tristeza, porque Philip Roth es probablemente el novelista vivo más relevante de hoy, entre quienes no han recibido el Nobel, y más relevante que varios que sí lo han recibido, y Philip Roth ha escrito muchas de las mejores novelas de los últimos cuarenta años, y el Nobel a Dylan dejará a Roth sin premio: se morirá sin recibirlo, porque la Academia se demorará décadas antes de volver a premiar a un norteamericano, y cuando esas décadas pasen él ya no estará más. Lo que le han hecho a Roth ayer es lo que le hicieron a Borges. Ser injustos por capricho político.

Así que a celebrar, pero no olvidemos tampoco que este premio es una cachetada a mucha gente que le ha dado forma a la novela del siglo XXI, como Banville y Julian Barnes, como Toibim y Salman Rushdie y Amos Oz y Hilary Mantel y Margaret Atwood y también a otros que ya ni siquiera suenan como candidatos, y sonarán menos mientras más se acerque la academia al show business, como Ricardo Piglia y Paul Muldoon, y una cachetada a los maravillosos poetas que no viven en el estrellato y no saben tocar la guitarra pero que son mejores poetas que Bob Dylan.

Así que, felicidades Bob Dylan, disfruta el Nobel, danos un concierto el día en que te lo entreguen (yo te fui a ver en Portland pero tu concierto esa noche fue horroroso; mejor estuvo tu telonero, Elvis Costello).Y recuérdales a tus fans que hay que leer libros, porque por aquí ya hay varios que festejan que por fin conocen la obra de un Premio Nobel de Literatura, porque la han escuchado en sus iPods, ya que les da pereza leer libros.

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La verdad sobre Sancho Panza



Franz Kafka 


Sancho Panza, que por lo demás nunca se jactó de ello, logró, con el correr de los años, mediante la composición de una cantidad de novelas de caballería y de bandoleros, en horas del atardecer y de la noche, apartar a tal punto de sí a su demonio, al que luego dio el nombre de don Quijote, que este se lanzó irrefrenablemente a las más locas aventuras, las cuales empero, por falta de un objeto predeterminado, y que precisamente hubiese debido ser Sancho Panza, no hicieron daño a nadie. Sancho Panza, hombre libre, siguió impasible, quizás en razón de un cierto sentido de la responsabilidad, a don Quijote en sus andanzas, alcanzando con ello un grande y útil esparcimiento hasta su fin.

13.12.11

Mi año con Coetzee

Un texto aparecido hoy en Hermano Cerdo

Mauricio Salvador y los amigos mexicanos de Hermano Cerdo me preguntan (como a varios) cuáles han sido mis lecturas más interesantes del 2011. De inmediato pienso en todos los libros de J.M. Coetzee que he leído o releído en los últimos meses. Aquí está la respuesta que les di y que apareció publicada hoy.

No es necesario añadir (supongo) que leí muchas otras cosas este año y que odié algunas y otras me gustaron y otras incluso me fascinaron --y no pocas de ellas fueron novelas gráficas, dicho sea de paso--: escribiré algo sobre ellas en las próximas semanas.

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29.10.11

Ciro Castillo y los otros 15,000 desaparecidos

Una pregunta sobre quiénes somos y qué cosas nos conmueven

Junto a los muchos misterios que se han querido levantar en torno al caso de la muerte del joven Ciro Castillo hay al menos un dato que no es enigmático: por qué la prensa ha levantado de forma tan morbosamente elocuente esta historia y cómo es que ha logrado salirse con la suya.

La respuesta a lo primero es obvia: para la mayor parte de la prensa peruana el caso ha sido un hecho comercialmente explotable. Los medios lo han tratado de la manera más escandalosa posible, con total olvido de cualquier norma profesional y sin el menor vestigio del honor, la decencia, el comedimiento o la honradez que pudieran quedarles en alguna parte de ese gran agujero que los medios de comunicación peruanos tienen en el lugar donde debería estar su ética periodística.

La respuesta a lo segundo es un poco más compleja de lo que parece: está claro que el público ha respondido a la inmoral cobertura de prensa de la manera exacta en que los medios lo esperaban: con un dramatismo que refleja el que ha gobernado la información. Tanto los que se inclinaron por la solidaridad con la víctima y su familia como los que se inclinaron por la caza de brujas y el linchamiento público de una joven de cuya culpa nadie tiene ningún tipo de prueba o de certeza, han hecho lo único que la prensa esperaba: comprar diarios, consultar páginas de internet, sintonizar estaciones de radio y canales de televisión.

De hecho, el objetivo de la prensa fue sólo ése. La solidaridad y el linchamiento no fueron nunca los objetivos centrales, sino apenas subproductos del objetivo comercial.

Lo que no está claro es otro asunto, que ya algunas personas vienen comentando, sobre todo en las redes sociales: si la prensa es tan apta para crear toda una serie de reacciones activas ante un hecho como este (la desaparición de una sola persona), ¿entonces por qué esa misma prensa jamás ha hecho ningún esfuerzo considerable por generar reacciones de ningún tipo ante el hecho terrible y medular de que el Perú es un país donde existen, hasta el día de hoy, por lo menos 15 mil casos de personas desaparecidas durante el periodo de la violencia política de los años ochentas y noventas?

Por supuesto, hay una pregunta más grave que nos compromete a todos (porque la prensa no es la única que tiene deberes cívicos): si desde hace muchos años está disponible la información sobre esas desapariciones, y hay decenas de miles de peruanos que llevan décadas buscando que se descubra la verdad sobre las desapariciones de sus familiares, ¿entonces por qué la suma de esos 15 mil casos nunca nos ha llegado a conmover, a todos o al menos a la mayoría, como sociedad, de la manera en que parece haberlo hecho este solo caso?

Intuyo que la respuesta abarca muchas cosas: la sospecha de que no todos somos inocentes ante un número tan grande de desapariciones y que nuestra responsabilidad estuvo vinculada en el principio con un silencio que ahora se vuelve la única reacción posible para muchos; el hecho de que no se pueda responder a estos 15 mil casos con el recurso de inventar chivos expiatorios, como ha ocurrido en la historia de Ciro Castillo con la crucifixión pública de su ex-enamorada; incluso la voluntad de pasarlo todo por alto o el convencimiento inmoral de que es mejor no saber qué sucedió o de que cualquier cosa que haya ocurrido era perdonable o necesaria.

Quizás, entonces, esto explique m propio desagrado ante el fervor de las reacciones que el caso de Ciro Castillo ha provocado: es el desagrado que sufre uno al darse cuenta de que no es que los miembros de su sociedad hayan perdido la capacidad de conmoverse, sino que han aprendido a conmoverse solo en esos casos en que las cosas los tocan como historias individuales y no como historias con alguna dimensión comunal o colectiva.

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22.10.11

Chance in Hell / Reseña

Gilbert Hernández (Phantagraphics, 2007)

Seamos de actualidad al estilo Puente Aéreo y comencemos la serie de reseñas de "novedades" por un libro de hace cuatro años: Chance in Hell, escrito y dibujado por uno de los líderes del ex-underground californiano, Gilbert (Gilberto o Beto) Hernández, de los mismos Hernández del legendario Love and Rockets y autor, por su cuenta, de la estupenda saga de los cómics de Palomar, entre decenas de otras publicaciones de estupendo nivel narrativo que han sido por dos décadas y media el escenario para la creación de un imaginario sui generis.

Un rasgo definitorio de este libro, que señala un turbio quiebre en la carrera de Hernández, es cuán exceptuada de optimismo (aunque no de compasión) está la historia que cuenta, cuánto más oscuro y retorcido se va haciendo Hernández con los años (anda por los cincuenta y cuatro), cuán lejos se encuentra hoy de la esperanza, a ratos mágico-realista, de sus primeros relatos.

Chance in Hell se inicia en el topos epónimo, el infierno, no el infierno de los anillos y las cavernas de Dante, sino un averno menos denso, más uniforme y menos ritual, menos complejo, habitado no por almas sino por muertos en vida: un relleno sanitarario en las afueras de alguna gran ciudad sobre la costa oeste americana, donde, entre los sanguinarios pobladores (gallinazos sin plumas, los hubiera llamado Ribeyro), una frágil niña, llamada Empress con ironía cruel, convive los primeros años de su infancia con la más violenta sucesión de crímenes: robos por miseria, asaltos por exceso tribal, degollaciones por diversión.

Si del infierno dantesco no es posible escapar (sólo salen de él sus viajeros transitorios, Dante y Virgilio), del infierno de Hernández, en cambio, se puede salir, pero sólo para confirmar que el mundo exterior es otro hades incluso peor. En otras palabras, en Chance in Hell cualquier atisbo del purgatorio es otro infierno, y el paraíso, un infierno peor, acaso el más tenebroso de todos, porque en él habita el horror añadido de la falsa apariencia de paz y salvación.

La lógica de la que se vale Hernández es el razonamiento de la irredención: la idea trágica de que cuando una persona se cría traumáticamente en medio de las formas más radicales de violencia, de una violencia que animaliza y pervierte, esa persona está condenada a cargar con ese infierno dentro de sí por todo el resto de su existencia. La posibilidad de la movilidad social y la tardía adquisición de una educación formal apenas alcanzan para morigerar las apariencias externas, para amurallar el mal dentro de la persona, en una forma de represión que la consume todavía con mayor encono.

El lenguaje visual de Hernández alcanza la cima de lo grotesco al construirse con elementos de tres vertientes estilísticas en apariencia irreconciliables: la sardónica hipérbole del comix underground (Shelton y Crumb asoman en los márgenes), la oscuridad surreal del expresionismo alemán (Grosz, Beckmann, Dix) y, quién sabe si buscando adrede el mayor de los posibles contrastes, las tiras cómicas juveniles de los años cuarenta y cincuenta (Archie por sobre todo).

No es el libro más complejo de Hernández; acaso sí sea, en cambio (y no por casualidad, tratándose de un relato sobre la imposibilidad de abatir el corazón de la oscuridad dentro de uno, una vez que ha empezado a latir), su narración visual más contenida, más imperiosamente económica y parca: las culpas insuperadas de los protagonistas no viven tanto en el momento en que sus horrores son narrados, sino en el pánico incrédulo que captura sus ojos al recordarlos. Una gran obra, voluntariamente menor en aliento, pero mayor que muchas de las inmediatamente anteriores en la evolución ideológica de su autor, que parece ser, a su vez, la apertura de una temporada en el infierno.

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8.10.11

ANUNCIO

Nueva época en Puente Aéreo

Empezando en los próximos días, Puente Aéreo asumirá una nueva tarea: la reseña de libros contemporáneos. Una conversación con Edmundo Paz Soldán en Ithaca me ha persuadido de que debo regresar a la lectura de libros de hoy (la he dejado por los clásicos durante los últimos cinco años). Las reseñas serán lo más frecuentes que me sea dado hacerlas, de dimensiones variables pero siempre tratando de establecer una forma razonada, argumentada, crítica y criteriosa de evaluar, juzgar y acaso recomendar ciertas lecturas de escritores de hoy, sobre todo del mundo hispánico. Los autores y editoriales que quieran hacerme llegar sus libros, pueden contactarme a  gfaveron@gmail.com  para darles la dirección postal a la que pueden enviarlos. A ver si esto funciona y comenzamos un diálogo fluido sobre las cosas que se están escribiendo en el mundo hispánico en estos años.

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31.8.11

El diablo y monseñor Cipriani

Dejen que la PUCP defienda los valores cristianos

La sensación de falsedad que el Arzobismo de Lima, monseñor Juan Luis Cipriani, nos causa a muchos, no es la que nos ocasionaría un mentiroso descubierto en el acto de engañar, sino la que nos suscitaría un impostor dejado en evidencia y que a toda costa insistiera en la impostura.

No es tampoco la impresión que nos dejan todos los que alguna vez estuvieron asociados con la dictadura fujimorista, ni la que nos causa cualquiera que opine y actúe desde la derecha radical, el conservadurismo extremo o incluso la reacción. La impostura de monseñor Cipriani trasciende todo eso porque involucra una burla de valores morales fuertemente imbricados en la fibra cultural peruana, secuestrados por él y deformados en un terreno disitnto, el de las expectativas de control político.

Así surge la impresión de impostura: recordamos los años en que monseñor Cipriani, atendiendo primero a las pequeñas pugnas institucionales que al bienestar de su grey, obstaculizó el trabajo humanitario de los jesuitas en la Zona de Emergencia; recordamos la ocasión en que acusó de traición a la patria a cualquiera que insinuara que los muertos de La Cantuta habían sido víctimas del terrorismo de Estado; recordamos la vez en que calificó la defensa de los derechos humanos del pueblo peruano como "una cojudez"; recordamos a monseñor Cipriani dirigiéndose a los mandos del Ejército con la vulgaridad de un hampón, y haciéndolo, además, en el mismo lugar que había sido escenario de escabrosas torturas y que había servido de cuartel general a quienes destruyeron la democracia peruana en los años noventa. De inmediato, recordamos que monseñor Cipriani es el representante de Cristo en el Perú.

No hace falta ser católico ni cristiano en general para percibir el absurdo. O eso, o deberíamos ser capaces, si no, de imaginar el horror de un Cristo corrupto, aliado de asesinos; un Cristo altanero, propagandista de la violencia; un Cristo indolente, sin una palabra de compasión y condolencia hacia los que sufren el abuso continuo de una sociedad opresiva y apabullante y que incluso mueren bajo el abuso de gobiernos criminales. Ese, después de todo, es el único Cristo al que Cipriani podría servir de agente y de vicario. Porque el otro Cristo, el de los libros y el que está entretejido en la fe de los peruanos, sólo podría sentirse enfermo ante el aberrante secuestro de su imagen en manos de quien no es otra cosa que un embaucador de la fe, que de alguna manera lamentable ha alcanzado en la jerarquía católica peruana, con el beneplácito del Vaticano, la posición del máximo poder.

Ahora que monseñor Cipriani hace su enésimo intento de tomar por la puerta falsa el control de la Pontificia Universidad Católica del Perú, la jerarquía romana interviene a la distancia para apoyar las maniobras del arzobispo limeño. Aunque no creo que esa intervención venga al caso, no creo tampoco que haya que sorprenderse: la Iglesia no es precisamente la institución mundial con el currículo más limpio en el tema del respeto al derecho de los pueblos a regirse por sí mismos, ni tiene la historia más inmaculada en cuestiones de intervencionismo. Quizá yo sea muy inocente, pero lo que me irrita de esta situación no es la intervención misma; es no haber leído nunca un solo texto escrito en el Vaticano que censurara o recriminara o reconviniera a monseñor Cipriani por sus alianzas con una dictadura asesina y por la manera en que intentó esconder los crímenes de esa dictadura.

Y hablemos también de valores cristianos y de moral católica. Cuando todos los crímenes y los abusos y las vendettas y los robos de la dictadura fujimorista estaban siendo cometidos, la Pontificia Universidad Católica, sus autoridades, sus profesores, sus estudiantes y sus empleados protestaron, marcharon, reclamaron, y, sobre todo, produjeron textos que estudiaban y denunciaban la corrupción en todos sus niveles. En los años siguientes, el Instituto de Derechos Humanos de la PUCP ha sido uno de los bastiones de la lucha contra los criminales de la dictadura y contra los criminales de la subversión, así como del estudio de las condicones sociales, políticas y culturales que condujeron a la violencia. El libro más importante de las últimas décadas en el Perú, el Informe final de la CVR, y el trabajo todo de la CVR, están directamente ligados con el esfuerzo de profesionales de la Pontificia Universidad Católica del Perú.

¿Quién fue, entonces, el ejemplo moral de caridad y de amor por el prójimo? ¿Monseñor Cipriani o la PUCP? ¿Quién condujo su ejecutoria de acuerdo con la defensa de los valores que la Iglesia proclama como suyos? ¿Monseñor Cipriani o la PUCP? ¿Quién puede creer, a estas alturas, luego de todo lo sucedido, cuando cada quien se enfrenta a la opinión pública con una historia propia en la que verse retratado y reflejado, que monseñor Cipriani quiere apoderarse de la PUCP para defender los valores de la cristiandad? ¿Qué cosa hay en la historia pública de Monseñor Cipriani que nos diga que esos valores son prioritarios en sus decisiones, en sus acciones, en sus alianzas y pactos y en sus afiliaciones?

Yo no soy católico ni soy cristiano, pero fui formado en instituciones católicas y pasé uno de los mejores periodos de mi vida, que fue también uno de los periodos más terribles del país, en la Pontificia Universidad Católica del Perú. Es posiblemente innecesario declarar una vez más que se trata de la mejor universidad del Perú y que ha sido crucial en el tránsito del país hacia afuera de la violencia de los años noventa. Ahora, uno de los fantasmas de ese tiempo, uno de los más oscuros fantasmas de ese tiempo, quiere transformarla en una instancia más de la indolencia y la arrogancia y el altanero desprecio al prójimo que ese mismo fantasma ha representado entre nosotros en las últimas décadas. No es cualquier cosa, no es una pequeña batalla local que sólo nos corresponda a quienes nos sentimos miembros de la comunidad universitaria de la PUCP: es una batalla central en el futuro del país. En ella, todos debemos hacernos escuchar.

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28.8.11

Tudela (después del baile)

El fujimorismo y la extrema derecha

Cada vez que quiero mencionar a los intelectuales del fujimorismo acabo nombrando a dos: el historiador Pablo Macera, que se hizo fujimorista a cambio de una pensión congresal, y la lingüista Martha Hildebrandt, que se hizo fujimorista porque en el Perú no hay partido nazi. En la nómina siempre se me escapa el nombre de Francisco Tudela, acaso el fujimorista que mejor finge interesarse en el ejercicio de la inteligencia (1).

Tudela tiene un blog (no puedo dar fe de que él lo administre, pero los textos son suyos), y en él, a lo largo del último año, han aparecido unos artículos de comentario político, en su mayoría de tema internacionalista. Todos ellos están recorridos por dos ideas tan fijas que parecen haber sido concebidas no en un cerebro sino en un bloque de piedra. La primera idea es que él, Tudela, es dueño de una opinión tan lúcida y tan transparente y tan racional acerca de la política contemporánea, que no existe en el fondo diferencia alguna entre esa opinión y la más pura e impersonal de las verdades; la segunda idea, la central, es que el resto del mundo está dominado por una sola ideología, que él llama "pensamiento único" (habitualmente encarnada en el diabólico ideario de la "corrección política"), una ideología que ha invadido el universo como un espíritu maléfico.

Según Tudela, el "pensamiento único" y la "corrección política" son avatares del "viejo comunismo genocida", pieles de cordero bajo las cuales se siguen ocultando los marxistas, que no son otra cosa que criminales confabulados, hampones conjurados para capturar el planeta e imponer, sin que nadie se dé cuenta, la dictadura de la "manada única".

Lo que llamamos "democracia", piensa Tudela, es un discurso que está corrompido desde siempre, no sólo desde la revolución francesa y no sólo desde la revolución americana, sino desde Atenas (el "pensamiento único" mató a Sócrates), y hoy en día no sirve más que como un disfraz para la imposición de un totalitarismo economicista. Según Tudela, los liberales son marxistas olvidadizos, los conservadores fiscales son marxistas camuflados y los mercantilistas son marxistas de parranda. Los izquierdistas en general, claro, son primero gángsters y después marxistas.

La manera en que Tudela y varios otros sobre quienes ya escribí en su momento se refieren al "pensamiento único" y a la "corrección política" es voluntariamente engañosa y mistificadora: dentro de esos campos, según ellos, conviven Wall Street, la acción afirmativa, el feminismo, la nueva izquierda, el neoliberalismo, Fox News, los sindicatos, Lula da Silva, los postestructuralistas franceses, Borges, Disneylandia, los nacionalismos árabes y los teóricos de lo postcolonial, porque todos ellos, de alguna retorcida manera, al parecer, son hijos de Marx, hijos que lo obedecen o lo extreman, unos; hijos que lo subliman, otros; hijos que lo ocultan aviesamente, la mayoría.

Cuando uno revisa, en cambio, los nombres que Tudela propone como ejemplos de disidencia y libertad de pensamiento, es decir, como ejemplos de individuos que se deshicieron del "pensamiento único" para pensar por su cuenta, comienza a perfilarse el otro lado de la ecuación: algunos son muy esperables: críticos feroces del marxismo, como Nisbet, Dawson o Röpke; cuando piensa en el pasado más lejano, cauto, Tudela no suele referirse, como los otros, a De Maistre, demasiado identificado ya con el fascismo, al menos desde las críticas de Isaiah Berlin, pero sí se refiere a alguno de los compañeros de viaje de De Maistre, como Louis de Bonald; y le resulta inevitable arrimarse bajo el ala de al menos uno de los héroes de la extrema derecha radical contemporánea: Ernst Jünger, el mayor sensualizador de la violencia en la literatura alemana de su tiempo.

Es por lo menos perturbador descubrir que Tudela menciona a Jünger entre los pensadores cuyas ideas lograron que la pesadilla del comunismo no se impusiera en Europa y que, en virtud de ello, no vivamos hoy en un mundo como el de "la desoladora ficción de 1984 de Geroge Orwell". No sólo por la ostensible falsedad de la afirmación, enteramente gratuita, sino porque, si uno compara 1984 con Tormenta de acero, la más célebre novela de Jünger, descubre de inmediato que la diferencia crucial entre ambas ficciones es que la de Orwell denuncia el horror del totalitarismo y la degradación y deshumanización de la violencia mientras que la de Jünger glorifica la violencia e idealiza la guerra hasta casi deificarla.

No en vano el primer crítico italiano en señalar a Jünger como una inspiración y un norte ideológico fue Julius Evola, el mismo fascista del que escribí hace meses, que es el ícono de los neofascistas peruanos. No en vano, asimismo, Tormenta de acero fue lectura obligatoria en las escuelas del Tercer Reich. Recordar este último dato y releer el párrafo en el que Tudela elogia y encomia a la sociedad en que Jünger produjo su obra por no haber reprimido las ideas del autor, cuando uno sabe que esa sociedad fue la del declive de la República de Weimar, primero, y la del régimen nazi, después, produce una duda más que justificada: ¿tiene Tudela conciencia de lo que dice, o su alabanza de la libertad de opinión en la Alemania nazi es solamente un producto de su ligereza o de su ignorancia?

Algunos de ustedes recordarán los posts que escribí hace meses sobre el grupúsculo de profesores universitarios de extrema derecha que opera en algunas casas de estudio limeñas: la mayor parte de los artículos estuvieron referidos a las cosas que publica el profesor Eduardo Hernando Nieto en su blog Nomos contra anomos. En ese mismo blog, algunos artículos de Tudela aparecen publicados junto a las fotografías de los héroes intelectuales de Hernando Nieto: por ejemplo, el mencionado Julius Evola, traductor al italiano del libro fundamental del fascismo antisemita, Los protocolos de los ancianos sabios de Sion.

No es sorprendente que Tudela ande en esas compañías. Comparte con Hernando Nieto y con otros de los autodenominados "metapolíticos" (nickname preferido por los neofascistas desde hace varios años y que Hernando usa como volada cuando publica artículos de Tudela) más de un rasgo: el placer declarado por la literatura fascistoide; el enmascaramiento del radicalismo extremista de derecha bajo la apariencia de disidencia; la proclamación de una lucha heroica emprendida contra un sólo gran enemigo (el "pensamiento único"); la mentalidad paranoide que encuentra en todas partes conjuras y confabulaciones secretas y que no es otra cosa que una tendencia a reemplazar la racionalidad con teorías conspirativas.

Sería injusto dedicar todo este espacio a Francisco Tudela y no hacer siquiera una pasajera referencia al momento clave de su historia intelectual: esos mítines fujimoristas en que el miserable dictador ponía la música y Tudela bailaba, como un simpático monito de feria, con sus esperanzas puestas en la vice-presidencia del país, dispuesto a soportar cualquier ridículo con tal de obtenerla. No lo menciono para prolongar la vergüenza: creo que es un momento que lo describe, y que describe el espíritu mismo de ese fascismo lumpenesco que fue el régimen de Fujimori y creo que también describe su pobreza intelectual, la miseria y la banalidad de sus proyectos frustrados.

También el profesor Hernando y varios otros de los "metapolíticos" apoyan al fujimorismo, aunque lo hacen con la distancia peculiar de quien se siente distinto. (Hernando está tan sumergido en su coqueteo perpetuo con los fascistas del pasado que Fujimori le parece un "libertario", aunque eso no le impidió darle su voto a Keiko Fujimori). ¿Qué cosa atrae a estos personajes, aunque sea intermitentemente, hacia el fujimorismo? Mi impresión es que les agrada y les cae bien el vacío intelectual de Fujimori y los suyos: son como la mota que borra todo lo escrito y nos deja con una pizarra en blanco.

En el caso concreto de Tudela, a la luz de sus propios artículos, uno acaba por llevarse la impresión de que el fujimorismo representaba para él, por supuesto, un mecanismo rápido de llegada al poder, pero no sólo eso: la forma en que Fujimori destruyó el sistema democrático peruano no tenía por qué dolerle a alguien que juzga a toda la democracia contemporánea un cadáver doblemente enterrado; la falta de principios del fujimorismo resulta una especie de hermano gemelo casual de las críticas al "pensamiento único" y la "corrección política" que esgrimen personajes como Tudela y los otros. Los "metapolíticos", con la mente bloqueada por sus teorías conspitativas, no creen básicamente en el mundo real sino en los fantasmas que ellos mismos construyen; para ellos, la democracia es una cortina de humo; el fujimorismo, por su parte, no cree en las leyes morales por las cuales los demás tratamos de guiarnos y por eso los consensos de la democracia le resultan idiotas y despreciables.

Ese es el punto en que ambos convergen. Ambos representan una forma de aborrecimiento ante la intelectualidad, aunque los fujimoristas comunes muestren su horror abjurando de la necesidad misma de razonar y los "metapolíticos" lo hagan reemplazando la razón por una seudo-razón extraviada y enloquecida.

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(1) Y, como un amigo me hace notar, se me escapa más persistentemente aun el nombre de Fernando de Trazegnies, por razones que prefiero dejar inexploradas por ahora, pero que deben relacionarse con mi insistencia en obviar a los intelectuales cuando ninguna idea me conduce a ellos.

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