22.10.11

Chance in Hell / Reseña

Gilbert Hernández (Phantagraphics, 2007)

Seamos de actualidad al estilo Puente Aéreo y comencemos la serie de reseñas de "novedades" por un libro de hace cuatro años: Chance in Hell, escrito y dibujado por uno de los líderes del ex-underground californiano, Gilbert (Gilberto o Beto) Hernández, de los mismos Hernández del legendario Love and Rockets y autor, por su cuenta, de la estupenda saga de los cómics de Palomar, entre decenas de otras publicaciones de estupendo nivel narrativo que han sido por dos décadas y media el escenario para la creación de un imaginario sui generis.

Un rasgo definitorio de este libro, que señala un turbio quiebre en la carrera de Hernández, es cuán exceptuada de optimismo (aunque no de compasión) está la historia que cuenta, cuánto más oscuro y retorcido se va haciendo Hernández con los años (anda por los cincuenta y cuatro), cuán lejos se encuentra hoy de la esperanza, a ratos mágico-realista, de sus primeros relatos.

Chance in Hell se inicia en el topos epónimo, el infierno, no el infierno de los anillos y las cavernas de Dante, sino un averno menos denso, más uniforme y menos ritual, menos complejo, habitado no por almas sino por muertos en vida: un relleno sanitarario en las afueras de alguna gran ciudad sobre la costa oeste americana, donde, entre los sanguinarios pobladores (gallinazos sin plumas, los hubiera llamado Ribeyro), una frágil niña, llamada Empress con ironía cruel, convive los primeros años de su infancia con la más violenta sucesión de crímenes: robos por miseria, asaltos por exceso tribal, degollaciones por diversión.

Si del infierno dantesco no es posible escapar (sólo salen de él sus viajeros transitorios, Dante y Virgilio), del infierno de Hernández, en cambio, se puede salir, pero sólo para confirmar que el mundo exterior es otro hades incluso peor. En otras palabras, en Chance in Hell cualquier atisbo del purgatorio es otro infierno, y el paraíso, un infierno peor, acaso el más tenebroso de todos, porque en él habita el horror añadido de la falsa apariencia de paz y salvación.

La lógica de la que se vale Hernández es el razonamiento de la irredención: la idea trágica de que cuando una persona se cría traumáticamente en medio de las formas más radicales de violencia, de una violencia que animaliza y pervierte, esa persona está condenada a cargar con ese infierno dentro de sí por todo el resto de su existencia. La posibilidad de la movilidad social y la tardía adquisición de una educación formal apenas alcanzan para morigerar las apariencias externas, para amurallar el mal dentro de la persona, en una forma de represión que la consume todavía con mayor encono.

El lenguaje visual de Hernández alcanza la cima de lo grotesco al construirse con elementos de tres vertientes estilísticas en apariencia irreconciliables: la sardónica hipérbole del comix underground (Shelton y Crumb asoman en los márgenes), la oscuridad surreal del expresionismo alemán (Grosz, Beckmann, Dix) y, quién sabe si buscando adrede el mayor de los posibles contrastes, las tiras cómicas juveniles de los años cuarenta y cincuenta (Archie por sobre todo).

No es el libro más complejo de Hernández; acaso sí sea, en cambio (y no por casualidad, tratándose de un relato sobre la imposibilidad de abatir el corazón de la oscuridad dentro de uno, una vez que ha empezado a latir), su narración visual más contenida, más imperiosamente económica y parca: las culpas insuperadas de los protagonistas no viven tanto en el momento en que sus horrores son narrados, sino en el pánico incrédulo que captura sus ojos al recordarlos. Una gran obra, voluntariamente menor en aliento, pero mayor que muchas de las inmediatamente anteriores en la evolución ideológica de su autor, que parece ser, a su vez, la apertura de una temporada en el infierno.

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4 comentarios:

Anónimo dijo...

Que bien que regresen los comentarios de libros. ¡Felicitaciones y que sean frecuentes!

Anónimo dijo...

Beto Hernández es un maestro. También tiene algo de Burns pero Hernández es más empático con el mundo real, creo (Soy Gabriel Fernández Marín, siempre te leo)

BlueSky* dijo...

Felicidades, está muy bueno

BlueSky* dijo...

Felicidades, está muy bueno!